viernes, 25 de febrero de 2011

Marabú


Nadie sabe con certeza cómo llegó la primera semilla. Los vaqueros del pueblo culparon a las reses importadas desde Asia, y el maestro de la escuelita sugirió que pudo caer junto a los restos del meteorito encontrado el año anterior en las inmediaciones. El jefe de la policía fue más drástico al insinuar una especie de sabotaje, “agresión vegetal”- dijo — y por supuesto que Facundo, un sargento retirado de las Fuerzas Armadas le dio toda la razón.
Ramhir, el místico, pregonaba el advenimiento de múltiples desgracias: la pérdida de los pastizales y con ello la muerte de las reses, única fuente económica de los habitantes; el encierro del pueblo en un anillo de espinas asfixiantes, colmado de mosquitos y otras plagas comparables a las acontecidas en Egipto…etcéteras que hacían a la señora del Presidente del Consejo de la Villa persignarse tres veces y exclamar: “¡La hostia divina!”.
Una comisión de funcionarios del gobierno visitó el poblado que poco a poco ganaba notoriedad por la acelerada acumulación de arbustos resistentes a podas, control biológico (ovino y caprino) o cualquier otro método químico de exterminación. Los funcionarios dictaminaron la urgente evacuación de los habitantes del pueblo.
Esta noticia provocó total rechazo y algunas manifestaciones de protesta contra el marabú y contra los funcionarios (por supuesto que aprovechadas por la oposición política).
No aparecía solución alguna. Ni siquiera la contratación de inmensos y modernos buldóceres que arrancaban casi de raíz la compacta muralla vegetal que ya rebasaba las casas, apoderándose de sus jardines y patios. Incluso se veían brotes desde la plaza hasta el parque.
Así, una noche en que el pueblo y su gente se retorcían, sin luz eléctrica, martirizados por millones de mosquitos, escarabajos, arañas y jejenes, el jefe de la policía y el viejo sargento convencieron a Kinto, el loco, de que todo estaba perdido.
Con gran esfuerzo y no pocas espinas en el cuerpo rebasaron el cerco de marabú. Los cuerdos dijeron palabras solemnes de sacrificio y redención, colocaron en el pecho del chiflado una medalla y le pusieron en las manos una tea.