jueves, 5 de julio de 2012

De "Mecanismos celestes"


VI

Saltar el muro, huir, masticar los peces voladores.
Deslizarse por el pretil de los colmillos,
atravesar el estrecho,
beberse  la yema del mediodía con la elegancia de un buitre.
Aplastar un policía con dos letras de mártir, escupir las leyes
blasfemar contra el vecino
pintarse de negro el alma y de blanco las tripas.
Oponerse, abstenerse, callarse
en los conciertos.
Fundar un partido de que no sea de fútbol
Matricular en la escuela de la muerte
donde se aprenden las cinco leyes del rigor mortis.
Adoptar un duende que será diablillo al crecer.
Beberse una ola, mientras pasa Jacques Cousteau
fumando algas alucinógenas.
Prohibir el paso al  tiempo, derrotar las iglesias,
encogerse en una concha tibia todo el frío verano de la isla.
Limpiarse el pecho de espinas, afilar los relámpagos,
el verbo.
Publicar los gritos y olores del fornicio.
Volarse la tapa de los pensamientos con alas de pólvora
con pólvora de alas,
roja como los ojos del que mira desde el fuego.
Arrancar la cabeza de la máscara china,
los maquillajes del fraude,
comprar las edades del oro y hacer eterno el gesto de su boca.
Hundirse en el río y atrapar graves píldoras de Omega tres.
Estirar la isla hacia  otra península moribunda,
leer las mudanzas de Guillermo, los matariles
y sobrevivir.
Enmarcar un fantasma en el retrato de la mente
con sus pechos grandes e incorpóreos.
Resistir cien días de soledad en el cajón de los olvidos
donde se agolpan telarañas y cuchillas
espadas y mensajes del más allá.
Saltar el muro, huir, masticar los peces voladores.
Deslizarse por el pretil de los colmillos,
atravesando el estrecho verdoso de las hadas
y no volver.

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